dissabte, 21 d’agost del 2010

Adolf Aguiló: «Siempre he sido como una cabra de monte»

Cada fin de semana un pelotón de corredores se enfrenta al Pedraforca, al Matagalls. Debe ser adictivo, porque se empieza coronando una colina y se acaba conquistando un cerro. Así se inició Adolf Aguiló. Lo veo en un bar de Alcanar, su ciudad. Sus copas decoran las paredes.











–Póngame en situación.
–Medianoche en el Mont Blanc y 166 kilómetros por delante. Son horas de soledad, de correr, de escalar. ¡En toda la carrera subes 9.600 metros!

–¿Y se alarga?
–La carrera se puede hacer en 46 horas, pero espero acabarla en 25.

–¿Cuándo es la cita?
–El próximo viernes. Voy con la selección catalana. El año pasado no puede acabarla: eran las cuatro de la madrugada y me equivoqué de camino.

–Cuénteme, ¿cómo empezó?
–A los 24 años, unos amigos me invitaron a correr marchas de resistencia. En ese tiempo, no practicaba ningún deporte. Había jugado a fútbol con los amigos. Me aficioné y luego vinieron las carreras. ¡La primera fue en La Molina!

–De eso hace 12 años.
–Y ahora soy uno de los que más corren: cada año hago entre 25 y 30 carreras. Los que están a mi nivel se preparan unas 10 carreras al año.

–Y empezó ganando.
–Sí. Siempre había estado entre los cinco primeros, pero este año he tenido muchos problemas.

–Primero en la Transgrancanaria. Tercero en la del Aneto... y suma y sigue. ¿Es una afición?
–Corro porque me gusta. Es una afición. ¡No tengo patrocinador y tampoco lo quiero! Trabajo de albañil.

–¿Por qué la larga distancia?
–¡Prefiero correr 100 kilómetros! Con las cortas, ¿qué haces? Sufres dos horas y luego no le das importancia. Pero si corres 12 o 13 horas sabes lo que te ha costado acabar la carrera por la montaña.

–Es su pasión...
–No sé, es lo que me sale de dentro.

–Ya lo vaticinó una maestra.
–[Se ríe] Me decía que iba por donde suben las cabras. ¿Ha estado en la ermita del Remei, en Alcanar?

–Sí.
–[Se ríe] Cuando tenía 7 años nunca subía por el camino.

–Ahora se ha puesto de moda.
–Es verdad. Hace 10 años éramos cuatro locos y en las Terres de l'Ebre, por ejemplo, solo había una carrera al año. ¡Ahora hay 17!

–¿Cuándo se entrena?
–Trabajo hasta las 19.00 horas y luego entreno unas tres horas.

–¡En la oscuridad!
–Sí, tarde o temprano tienes que lanzarte a la noche porque sabes que luego, en alguna carrera, estarás solo y que todo estará oscuro.

–Perdone, ¿pero no le da miedo?
–La verdad es que me gusta: te acostumbras a los ruidos raros, a los ojos que te miran, a los jabalís y a ver alguna que otra cosa rara.

–Ruidos, ojos, cosas raras.
–Los ojos son los de los animales que te observan y los jabalís, pobres, se asustan más que yo.

–¿Y las cosas raras?
–Si las ves, ¡sales corriendo! Le cuento una anécdota: una vez vi un punto de luz que se quedó inmóvil en el aire y luego bajó a plomo. Lo vi de lejos, pero esa noche di media vuelta y me fui a casa. Un amigo también lo vio. No sabemos qué era.

–¿Cómo aguanta?
–Siempre he sido una persona bastante campante: ¡una cabra de monte! Ni voy al fisioterapeuta ni me hago masajes. Además, como y bebo lo que quiero. Solo entreno e intento ser fuerte mentalmente.

–¿Qué diferencia hay entre asfalto y montaña?
–He hecho algunos maratones, por ejemplo el de Barcelona, pero el ambiente que hay en la montaña es el de una familia. Y el asfalto, además, es más aburrido. Vas en línea recta.

–¿…?
–La montaña es la misma, pero cada vez es diferente. ¡Está viva! Durante la carrera no te puedes guiar por el reloj. A veces corres, otras escalas y otras caminas porque no puedes hacer nada más. Es una competición con uno mismo.

–Y dice que este año está cansado.
–Sí, ha sido un mal año. Ahora me voy de vacaciones; bueno, me voy a correr a los Pirineos con un amigo. La semana que viene iré al Mont Blanc y después descansaré. Si te acostumbras a estar a un nivel, es difícil no estar ahí.


Viernes, 20 de agosto del 2010, El Periódico.

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